EL GÉNERO SÍ IMPORTA


La intención de Dios para la humanidad está representada por la armonía del hombre y la mujer juntos. Pero esa libertad para entregarse al otro requiere seguridad en la propia identidad personal como hombre o como mujer. Es por eso que la seguridad de género tiene gran importancia.

En el paraíso esa seguridad era un don. Pero en la realidad después del jardín del desarrollo de un hijo, uno puede crecer o no crecer en esa postura de seguridad. Mientras que la Biología determina el sexo físico de uno, la identidad de género implica un proceso más complejo de adquirir el sentido de uno mismo como hombre o como mujer. Y ese proceso puede salir mal.

Sin embargo, sí es verdad que la seguridad de la propia identidad personal como hombre o como mujer precede la libertad de entregarse a la otra persona. La naturaleza irresistible de la “complementariedad” percibida en un miembro del sexo opuesto resulta de la claridad y seguridad que uno experimenta en la propia identidad de género de él o de ella.

Entonces, la imagen de Dios implica identidad de género y complementariedad. Dios creó el género en su dualidad como hombre y como mujer. Y nos creó como sus representantes para que descubriéramos dicha dualidad. Una persona debe contar de manera directa y concreta con su masculinidad o su feminidad en la relación con la otra persona a fin de ser auténtica con el mandato divino.

El “verdadero Yo” siempre incluye la propia identidad de género y su relación con el sexo opuesto. Vivimos en una época en que muchos hablan con cautela sobre las diferencias de género por temor a sonar machista. Sin embargo, en honor a la verdad debemos mantenernos firmes en la identidad de género y la complementariedad como aspectos fundamentales de la imagen de Dios.

Juan Pablo II confirmó profundamente el poder de la imagen de Dios cuando decía que la “dignidad y el equilibrio [de la vida humana] dependen… de quién será ella para él y él para ella”8. La armonía tanto del hombre como la mujer engendra seguridad en las vidas que surgen de esa unión. Las generaciones son bendecidas por el amor respetuoso y comprometido existente entre un hombre y una mujer.

Kart Barth presentó tres puntos básicos que rigen el funcionamiento de esta interdependencia dignificante entre el hombre y la mujer.

Primero, uno debe ser fiel a Dios permaneciendo en el propio género. Eso significa descubrir la claridad y seguridad que necesitamos para mantenernos firmes como nosotros mismos en relación al sexo opuesto. Encontramos nuestra voz marcadamente masculina o femenina y en gratitud, seguimos adelante para ejercitarla en relación con el otro género. Barth escribió: “El punto esencial es que la mujer siempre debe, y en toda circunstancia, ser una mujer: que debe sentirse y comportarse como tal y no como un hombre… El mandato del Señor… dirige tanto al hombre como a la mujer a su propio lugar sagrado y prohíbe todo intento de violar ese orden”.

Esta creciente claridad y alivio del propio género procede en adelante del mandato de Dios de ser hombre o mujer. Barth le suplicó a la gente que no sólo estén conscientes de su género, “sino que honestamente se alegren de éste, dando gracias a Dios de que se les permita ser miembros de su sexo en particular y que por lo tanto sigan de manera equilibrada y con buena conciencia el camino marcado para ellos en este particular”.

Segundo, vamos a ir hacia delante en nuestro distintivo de género y a comprometernos con el sexo opuesto. “No existe tal cosa como el hombre o la mujer independiente y autosuficiente”, dijo Barth11. Uno hace realidad el mandato divino “siendo auténtico, maduro y activo en esta relación polar”.

Mientras que la seguridad de género precede la integridad en la relación heterosexual, ésta también se ve fortalecida con dicha relación. Uno es fortalecido en el propio género de él o ella al comprometerse activamente con el otro. “El hombre es un hombre en el Señor… hasta el punto que él está con la mujer, e igualmente la mujer”. Barth insistió en llevar a cabo dicho compromiso en términos reales y no solamente estar de acuerdo con éste”.

Tercero, la verdadera complementariedad implica la iniciativa masculina y la repuesta femenina. Barth citó la responsabilidad especial de aquel que fue creado primero. En humildad ante Dios, el hombre toma “la delantera como el inspirador, líder e iniciador de sus vidas y acciones en común”. Pero por supuesto que este orden “no tendría ningún significado si [la mujer] no siguiese y ocupase su propio lugar en éste”.

Parte de la mayor tendencia del hombre de hacer y actuar implica su inicio con la mujer. La respuesta de ella infunde sentimiento a la relación. Él incita, pero ella es la catalizadora en la unión debido a su sensibilidad relacional más desarrollada.
Eso no significa de ninguna manera que sólo el hombre toma la iniciativa y sólo la mujer responde. En el transcurso de su relación en conjunto, ambos géneros interactúan con diversas iniciativas y respuestas. Sin embargo, allí existe un ritmo esencial de iniciativa masculina y respuesta femenina que ayuda a asegurar a ambas partes en la calidad de sus géneros.

El hombre necesita actuar cariñosamente hacia la mujer y sentirse bendecido por hacerlo. Ella, a su vez, necesita sentir seguridad en el amor de él y ofrecerle su corazón. El mandato de Dios establece una interdependencia divina entre el hombre y la mujer que le da equilibrio y dignidad a ellos dos y a aquellos que les rodean.

Extraído de Fortaleza en La Debilidad. Usado con permiso.

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