Superando la Idolatría Sexual y Relacional 2° Parte
“¿Hasta cuándo vacilaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; si Baal, id en pos de él.” (1 de Reyes 18:21-VRV 95)
Dios me hizo esta misma pregunta en mi idolatría: “¿Hasta cuándo vacilarás, Mauricio?"
Déjenme contarle un poquito de mi trasfondo religioso de chico. Aunque me criaron en el catolicismo, me entregué a los dioses y diosas de la sensualidad (sexo, comida, tabaco, alcohol) Era muy similar a una religión, ya que sus raíces estaban arraigadas en la historia pagana, donde el sexo se había convertido en una forma de adorar a los dioses de la fertilidad. En estos cultos de antaño, se confundía la sensualidad con el poder divino, como si fuera un medio para alcanzar placer divino.
Sentía vergüenza; mi Yo inadecuado y confundido en su género tropezó con la pornografía muy temprano y se sintió extrañamente fortalecido, inclinado hacia la adoración de no sólo imágenes, sino también de personas reales, sexualmente hablando. Se produjo una brecha en el compromiso y la complementariedad, quebrando así la imagen.
Mis amigos cristianos oraban por mí: Dios a través de Su Espíritu fue amable y persuasivo, implorándome como Pablo le imploraba a los corintios: “lo que los gentiles sacrifican, lo sacrifican a los demonios y no a Dios; no quiero que seáis partícipes con los demonios”. (1 Cor 10:20) Estos demonios involucran poderes oscuros dedicados a atarme a una imagen mucho más inferior que la que Cristo quiso. Los espíritus inmundos me impulsaron a la pornografía).
Mi idolatría reveló desde temprano una adoración que era un callejón sin salida. ¡Imágenes distorsionadas de la creación no podían completarme! Jesús descendió al terreno quebrantado de mi sexualidad y confusión de género y me reveló Su Reino de gracia y verdad. Su Presencia no era como el frenesí agitado del sexo con los dioses paganos, sino que era una Presencia apacible, tranquila que me serenaba y que daba testimonio de un poder que podía hacerme íntegro.
Cuando realmente llegué a conocer este Dios manso y al mismo tiempo Todopoderoso en Cristo, me preguntó: “¿Hasta cuándo vacilarás, Mauricio, entre dos pensamientos?”
Tenía que elegir: ¿quién me dominaría: Jesús, o los dioses sensuales que ataban mi género? Recuerdo la noche cuando decidí cerrar la puerta a las opciones homosexuales.
Cerré la puerta, no porque Dios me la hizo fácil, sino porque Él me otorgó la gracia en mi lucha para decidir quién me iba a dominar. Tenía que ver con una cuestión de adoración, una decisión que sólo yo podía tomar.
Dios me hizo esta misma pregunta en mi idolatría: “¿Hasta cuándo vacilarás, Mauricio?"
Déjenme contarle un poquito de mi trasfondo religioso de chico. Aunque me criaron en el catolicismo, me entregué a los dioses y diosas de la sensualidad (sexo, comida, tabaco, alcohol) Era muy similar a una religión, ya que sus raíces estaban arraigadas en la historia pagana, donde el sexo se había convertido en una forma de adorar a los dioses de la fertilidad. En estos cultos de antaño, se confundía la sensualidad con el poder divino, como si fuera un medio para alcanzar placer divino.
Sentía vergüenza; mi Yo inadecuado y confundido en su género tropezó con la pornografía muy temprano y se sintió extrañamente fortalecido, inclinado hacia la adoración de no sólo imágenes, sino también de personas reales, sexualmente hablando. Se produjo una brecha en el compromiso y la complementariedad, quebrando así la imagen.
Mis amigos cristianos oraban por mí: Dios a través de Su Espíritu fue amable y persuasivo, implorándome como Pablo le imploraba a los corintios: “lo que los gentiles sacrifican, lo sacrifican a los demonios y no a Dios; no quiero que seáis partícipes con los demonios”. (1 Cor 10:20) Estos demonios involucran poderes oscuros dedicados a atarme a una imagen mucho más inferior que la que Cristo quiso. Los espíritus inmundos me impulsaron a la pornografía).
Mi idolatría reveló desde temprano una adoración que era un callejón sin salida. ¡Imágenes distorsionadas de la creación no podían completarme! Jesús descendió al terreno quebrantado de mi sexualidad y confusión de género y me reveló Su Reino de gracia y verdad. Su Presencia no era como el frenesí agitado del sexo con los dioses paganos, sino que era una Presencia apacible, tranquila que me serenaba y que daba testimonio de un poder que podía hacerme íntegro.
Cuando realmente llegué a conocer este Dios manso y al mismo tiempo Todopoderoso en Cristo, me preguntó: “¿Hasta cuándo vacilarás, Mauricio, entre dos pensamientos?”
Tenía que elegir: ¿quién me dominaría: Jesús, o los dioses sensuales que ataban mi género? Recuerdo la noche cuando decidí cerrar la puerta a las opciones homosexuales.
Cerré la puerta, no porque Dios me la hizo fácil, sino porque Él me otorgó la gracia en mi lucha para decidir quién me iba a dominar. Tenía que ver con una cuestión de adoración, una decisión que sólo yo podía tomar.
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