Superando la Idolatría Sexual 1° Parte

Adoro a Jesús en la manera como amo a otros. Mi entereza sexual y relacional refleja o desvía quien Él es en mi vida como la verdadera imagen de Dios, y quien yo soy como portador de esa imagen. Ante Dios y los hombres, debo responder: quién seré yo como hombre para la mujer en general y en particular para mi esposa Daniela.

El ser portadores de Su imagen involucra la complementariedad: darnos cuenta que todo en esta vida consiste en la dualidad entre lo masculino y lo femenino. Quiero buscar honrar y dignificar esa dualidad: para así impulsar su plenitud en mis relaciones más básicas.

Y el ser portadores de Su imagen también requiere un compromiso sexual y emocional: guardar el pacto de amor que uno ha hecho en el matrimonio, y respetar la dignidad de todos los demás al respetar y mantener sus límites.

Cualquier otra cosa, cualquier otra manera que elija vivir fuera de esa complementariedad y compromiso constituye una clase de idolatría: porque me estoy elevando por sobre el Creador de esa imagen y estoy diciendo: “¡Adoraré cualquier imagen que me agrade!” (Seducción de la pornografía)

Dios quiere todo lo que somos. Nos llama a ofrecer todo nuestro ser a Él como un acto de adoración. Antes de ofrecer lo que somos a otros, Jesús nos aclara una cosa: nuestros cuerpos están hechos primero para el Señor (1 Cor 6:14). Luego Él, Jesús, la verdadera imagen de Dios (Col. 1:15) nos capacita a vivir y experimentar Su diseño para nosotros como portadores de Su imagen.

Su diseño para nuestra humanidad es sólido como una roca y constante. Al mismo tiempo, es profundamente personal; Él nos acompaña en nuestro proceso de redención en el que nos eleva y nos saca de nuestras historias de quebranto para reflejar Su imagen. ¿Cuál es la expresión más certera de nuestro peregrinaje hacia la cruz? La manera como amamos a otros. Nuestra adoración a Él tiene que ver con algo más que las canciones que cantamos. Manifestamos nuestra devoción a Jesús en la manera como amamos a otros.

Debemos comprometernos con ese amor diariamente: “Esta es quien yo seré para el hombre; este es quien seré para la mujer”. (Leonardo) Mi vida de amor responde por la cruz que llevo en mi cuello.

La batalla por la verdadera imagen de Dios en nuestra humanidad se está intensificando. Si el enemigo, logra que adoremos a imágenes inferiores, o ídolos, ha logrado una gran victoria. A través de la adoración falsa, nos corrompemos a sí mismos y a otros, y profanamos el testimonio de Jesús.

O portamos la impronta del Cristo Crucificado y Resucitado, que es la verdadera expresión de Dios en nuestra humanidad, o seremos acosados forzosamente para hacer lo contrario. La cruz define a Jesús como el objeto de nuestra adoración: la Fuente de nuestro compromiso con esa imagen. Esto es un asunto de elección. Como cristianos divididos debemos escuchar el desafío de Elías a los israelitas divididos en la actualidad. Él apeló a la voluntad: “¿Hasta cuándo vacilaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; si Baal, id en pos de él.” (1 de Reyes 18:21-VRV 95)

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