Entendiendo el Abuso Sexual
Por Shawn Corkery
El tema de abuso sexual se ha intensifi¬cado en la con¬ciencia nor¬tea¬mericana du-rante los últi¬mos años. Cada mes pa¬rece ha¬ber otro escán¬dalo, caso en la corte, o testi¬monio que llena las ondas radia¬les. Seme¬jante saturación en la co¬muni-cación nos im¬pacta, y puede final¬men¬te ha¬cernos in¬sen¬sibles al au¬mento de la destrucción en la vida de tan¬tas personas. Po¬de¬mos em¬pezar pregun¬tándonos: ¿es todo esto real y terminará algún día?
No importa qué tan abrumador pueda parecer, el abuso sexual no termi-nará. El corcho del rechazo ha sido quitado (incluyendo respuestas equilibradas y no), y probablemente continuará saturando los medios de comunicación hasta que nuestra sociedad se llegue a cansar de escuchar esas horribles historias.
Tristemente, el mundo secular tiene poco poder para detener el abuso o para proveer una poderosa sanidad a las víctimas. Incluso con la actual exposición de medios, las noticias y entretenimiento no pueden erradicar el problema. Las agen¬cias de servicios sociales pueden proveer alguna ayuda inmediata para las vícti¬mas, pero no ofrecen soluciones permanentes.
Las buenas nuevas para los cristianos (víctimas o no) es que ¡tenemos una respuesta sanadora! Aun cuando no es rápida o sencilla, tenemos la verdadera capacidad para detener y sanar el abuso. La respuesta está en la persona de Jesu¬cristo. A diferencia del mundo el cual puede fiarse de la voluntad humana para terminar con el abuso, los seguidores de Cristo tienen a Uno mayor que ellos para ayudar a contener y erradicar impulsos de abuso. Él también es Aquel, que fuera de nuestro dolor y desesperación, puede conducirnos fuera de la mira de la des¬trucción acumulada por el abuso. Jesús, cuya naturaleza divina y deseo es redimir a la humanidad, puede sanar tanto a las víctimas como a los abusadores. La victi¬mización puede llegar a su fin a través de la intervención de Cristo.
DEFINIENDO EL ABUSO
Para ayudar a aplicar el poder del Señor a este problema, necesitamos en-tender mejor lo que es el abuso. Es importante tener definiciones funcionales. (En este artículo nos estaremos refiriendo al abuso infantil). El abuso en infantes, en todas sus formas, puede ser definido como: cualquier acto de dominio, ejercido contra un niño, que deja destrucción. Una buena representación de esto sería un arma (de fuego, una lanza, una flecha, etc.). La capacidad que tiene un arma para destruir puede ser determinada por la cantidad de poder que hay detrás de ella. Un arma primero hace contacto con el cuerpo de una persona, en su piel —nuestra protec¬ción ex¬terna. Luego penetra en el cuerpo, en donde deja destrucción (lesiones severas en la carne, huesos rotos). Si una herida no es tratada adecuadamente, o es protegida sólo por un ven¬daje barato, finalmente habrá una infección. El abuso es como un arma al alma (cuerpo y espíritu). Es cualquier acto —físico, sexual, emo¬cional, espiritual, o de descuido — con una fuerza o poder detrás, el cual va más allá de nuestros propios límites y seguridad personal y penetra a nuestra alma en donde causa destrucción. Ya que el secreto es necesario cuando hay abuso la ma¬yoría de las lesiones permanecen sin ser tratadas, y llegan a infectarse con ver¬güenza, auto-aborrecimiento, y opresión espiritual.
El poder detrás del acto (o arma) es el factor clave. El abuso es medido no por el acto en sí mismo, sino por la destrucción que deja. Es muy fácil para los adultos minimizar sus propias experiencias de abuso en la infancia diciendo "oh, no fue tan malo. A mucha gente le ha ido peor que a mí". El problema es que se enfoca el evento, no los efectos que causan en el corazón y alma. Sería como decir "sólo fui herido por un alfiler", pero el alfiler penetró el cuerpo y perforó los ner¬vios y arterias principales.
ABUSO SEXUAL
Una de las formas más devastadoras de dominio infligido sobre niños es el abuso sexual. La vejación es: cualquier acto de dominio sexual (abierto o encubierto) que se ejerce sobre un niño menor de dieciocho años. Durante mucho tiempo nuestra cul¬tura ha definido el abuso sexual en términos de contacto genital. El abuso sexual puede comprender cualquier acto de dominio sexual —desde una relación sexual hasta vouyerismo (ser visto sexualmente). Los niños no fueron diseñados por Dios para contener en su alma (y cuerpo) ninguna forma de energía sexual. Este domi¬nio sexual, ya sea de adultos o de niños mayores (sutil o descarado), puede dejar diferentes formas o intensidades de destrucción. Esta se manifiesta en la forma en que un niño se siente con respecto a su cuerpo, a su sentido de protección, a su habilidad para confiar en otros, y a su seguridad personal.
Muchos adultos que son víctimas de abuso sexual durante la adolescencia, sienten culpa y responsabilidad personal, especialmente si hubo en ellos sentimien¬tos pla¬centeros. Incluso más devastador puede ser la triste realidad de que anhelos legítimos de amor, importancia, y atención fueron satisfechos perversa¬mente por el abusa¬dor. Los adultos son los únicos responsables de su energía sexual, así como son responsables si le dan un mal uso a ese poder traspasando límites. Esto es cierto sin importar la edad que tenga el niño o adolescente, la forma en que estuvieron actuando hacia el adulto, o cómo se encontraban las nece¬sidades emocionales del niño.
SANIDAD
Definir el abuso es mucho más fácil que sumarizar el proceso de sanidad. Eso es porque el abuso afecta cada aspecto del ser, y no hay ningún proceso senci¬llo para alcanzar la sanidad del alma. Al mismo tiempo, la sanidad es sencilla. Involucra el apli¬car el poder restaurador de Jesús a la destrucción, y llamar a la víctima a vivir en su verdadera personalidad.
LA HERIDA
Yo veo la sanidad del alma como dos procesos simultáneos. El primero es permitir que la presencia de Cristo entre a los lugares dañados —recuerdos, senti-mientos, y creencias que se formaron en torno a la herida. Una experiencia de abuso que no ha sido tratada, tendrá alguna forma de defensa a su alrededor. Puede ser un mecanismo —consciente o inconsciente—, que intenta mantener el dolor insoportable a un grado mínimo, pero la defensa, irónicamente, impide que la herida sea sanada. El deseo del Espíritu Santo es entrar al recuerdo (a la herida) y comenzar a sanar el daño. Esto generalmente involucra un tiempo de aflicción durante el evento. La mayoría de las víctimas necesitan un período de dolor, de lamentar el hecho de que una cosa muy mala ocurrió. Esto es especialmente cierto cuando la persona ha reprimido o suprimido recuerdos y sentimientos.
MENTIRAS INTERNAS
La víctima también necesita renunciar al auto-aborrecimiento, a los deseos internos, y a las creencias incorrectas las cuales trabajan para negar el verda¬dero dolor. Mientras estas cosas son reconocidas por la víctima y dadas a Cristo, Él las toma para sí mismo sobre la cruz, en donde no tienen poder para perjudicar nue-vamente. Con una práctica consistente de traer recuerdos y sentimientos a la pre-sencia del Señor, Jesús puede empezar a llenarlos con verdad, gozo, objetivi¬dad, autoridad y victoria. El recuerdo no desaparece —Jesús no reescribe la histo¬ria— pero los residuos destructivos dejados por la fuerza del abuso, son limpiados y reemplazados con Su presencia y propósito sanador.
DEFENSAS
El segundo proceso de sanidad (irónicamente el área que no deseamos enca¬rar) son nuestras reacciones defensivas y/o pecaminosas al abuso. Estas son áreas de responsabilidad personal. Cuando son encaradas sin temor y con humildad, la víctima puede decidir renunciar a ellas. Estos mecanismos de defensa una vez tuvieron el propósito en la niñez, de cubrir las heridas. Pero como una venda bara¬ta, han sobrepasado su propósito y debe ser removido. Sin no se remueve, el Señor no tendrá completo acceso al daño. Su deseo de sanar será impedido, y continua¬re¬mos usando las defensas para bloquear un futuro dolor.
Algunas de estas defensas son: negación (no recordar o no sentir), pasividad o temor, tomar responsabilidad personal en dónde esa responsabilidad pertenecía a otra persona, secreto, deseos internos, comportamiento compulsivo y adicciones, y especialmente falta de perdón. Cada una de estas áreas debe ser sobriamente reco¬nocida en nuestra vida y traerla a la luz del Señor. En la seguridad de Su pre¬sen¬cia, podemos encontrar el valor de desechar nuestras antiguas formas de defen¬dernos.
LA LARGA JORNADA
En mi propia sanidad de abuso sexual, pasé varios años esperando a que el Señor sanara mis heridas. No reconocía que mientras decía que nada es¬taba ocu¬rriendo, Jesús me estaba llamando a vivir fuera de mí mismo. Que¬ría ser liberado del horror que me había sido infligido, pero Dios tenía otras priorida¬des. Primero, Jesús me fortaleció para decir no a la adicción sexual y al comporta-miento homo¬sexual. Luego tratamos con mi odio y falta de perdón hacia el perpe-trador y hacia los miembros de mi familia. Luego vino un largo período de aflic-ción por el pasa¬do y todas las consecuencias que yo había negado sobre el abuso. Finalmente, cuando habíamos trabajado lo suficiente sobre mi pasividad y sobre la aceptación de mi verdadera masculinidad, la "veta madre" del dolor quedó al descubierto. El Señor dirigió el tiempo justo para que la energía sexual obscena y el poder de estar limitado, fueran echados fuera de mi alma y cuerpo (con la participación de mi voluntad). Mientras permanecía abierto a Él, la destrucción surgió y salió ¡y fue traída a un final, sobre la cruz!
El amor y la fidelidad de Dios no se detendrán hasta que haya terminado su obra en nosotros. Todas las heridas del pasado, juntamente con la ansiedad inte¬rior, vacíos dolorosos, y un sentido de reproche de "maldad" pueden lenta-mente ser quitados. Para nuestro asombro, como un amanecer que aparece en la obscuri¬dad, las cosas buenas de la vida que siempre estuvieron fuera de nuestro alcance, ahora pueden ser nuestras. La vida no será perfecta, pero muy buena, llenada con el gozo y el fruto del Espíritu Santo. Lo mejor de todo es que llegamos a ser el pueblo santo y obediente de Dios.
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